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Fidel y el camino correcto

San Luis, Santiago de Cuba, ene. 17, 23. _ “Algunos, aumentando precios quieren ser rentables y repartir primas cobrando cualquier precio por cualquier cosa”, así expresó Fidel Castro en el 1986 que, como siempre, deviene ejemplo fehaciente y trascendental de su pensamiento y acción.

Veinte años después confesó al periodista Ignacio Ramonet que “uno de nuestros mayores errores al principio, y muchas veces a lo largo de la Revolución, fue creer que alguien sabía cómo se construía el socialismo”. La crítica y la autocrítica inherentes al Comandante nos permiten hoy analizar nuestros problemas, ejecutar tareas y, a la vez, fortalecer convicciones.

En El Socialismo y el hombre en Cuba, el Che encomienda a trabajar “sobre la conciencia de los individuos en el marco de una sociedad en pleno desarrollo material” y advierte sobre los peligros de copiar acríticamente el modelo soviético sobre la base de la idea del socialismo en un solo país auspiciado por el Partido Comunista de la Unión Soviética.

Fidel, sabedor de todo eso, impulsa tras el III Congreso del Partido en el 1986 el Proceso de Rectificación de errores y tendencias negativas que, aunque fue tronchado por la caída del Socialismo en Europa Oriental y la URSS, permitió, de conjunto con lo aprobado en el VI Congreso en el 1991, enfrentar y erradicar los principales escollos de la crisis que se nos vino encima. La estrategia concebida para el Periodo Especial en Tiempo de Paz dio frutos por la visión fidelista.

Por el camino correcto, es una compilación de los discursos del Jefe entre abril de 1986 hasta diciembre de 1987 y se torna texto imprescindible para la actualización de nuestro modelo económico y en la eficacia del trabajo político e ideológico. Si bien las necesidades perentorias deben ser suplidas, la realización del ser humano no está completa sin lo subjetivo, o dicho de otra manera lo ideológico, que también puede ser espiritual.

Una característica de los verdaderos revolucionarios a través de las edades ha sido la de renuncia del bien propio en pos del bien colectivo. En Cuba lo hicieron Céspedes, Maceo, Martí, Fidel y la Generación del Centenario y muchísimos otros héroes anónimos y conocidos. Esos hombres, que como dijo Martí “tienen en sí el decoro de muchos hombres”, son paradigmas verdaderos, por lo que imitarlos no sería banal.

De manera que el Socialismo incluye lo material y lo espiritual del hombre. Es por ello que Fidel llama a “buscar la rentabilidad, pero buscarla en serio y discutir a fondo (…), no estafando, no robándose unas empresas a otras (…) reduciendo realmente, los costos de la producción, elevando la productividad, aprovechando la jornada laboral, utilizando la técnica, organizando de manera adecuada el trabajo, desinflando las plantillas”, y por otro lado a “no renunciar a la conciencia, y los medios auxiliares del hombre, del trabajo político y revolucionario (…) del espíritu de solidaridad entre los hombres (…) al pensamiento revolucionario y el ejemplo de Che”.

Pensar como país se asienta en aquella idea fidelista de que “lo primero que tiene que preguntarse un cuadro revolucionario, no es si su empresa gana más, sino cómo gana más el país”, pero ¿solo quienes dirigen tiene que pensar en el bien común?  No, aunque sea su principal misión. A todos nos corresponde luchar por la familia de la que procedemos, por la familia que creamos y por la sociedad en la que convivimos.

Leer a Fidel, interpretarlo y aplicar sus consejos no resulta una mera opción, más bien el camino correcto que debemos seguir los cubanos.

 

 

 

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