Batista y el golpe de estado
Era el año 1952 y Cuba estaba bajo el dominio del presidente Carlos Prío Socarras que había asumido el cargo el 10 de octubre de 1948.
El Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo) se presentaba como principal candidato al triunfo para las elecciones que se realizarían ese año, y que el pueblo estaba deseoso de que llegara el momento para que cesaran tantos años de dominio neocolonial norteamericano; esto significaba que el Partido Acción Unitaria representado por Fulgencio Batista, tenía muy pocas posibilidades de triunfar.
Batista actuó de acuerdo a los intereses de Estados Unidos para impedir el triunfo de un partido progresista. Sabía que no podía hacer nada sino contaba con la aprobación de ellos. Este era el cuarto golpe de Estado en veinte años.
El golpe del 10 de marzo de 1952 dirigido por Fulgencio Batista contra el electo constitucionalmente presidente Carlos Prío Socarrás derogó la Constitución de la República vigente desde 1940 y estableció una dictadura feroz.
Lejos de eliminar la corrupción política y administrativa las enraizó más; implantó, contra toda actividad opositora, una brutal represión caracterizada por el crimen y la tortura. Entre otros males, llevó a límites vergonzosos el sometimiento a los intereses económicos y políticos de Estados Unidos.
En horas de la madrugada, los golpistas fueron ocupando sin resistencia las principales guarniciones de la capital valiéndose de la promesa de enaltecer a sus jefes. Mientras tanto, Batista se dirigía hacia la Fortaleza Militar de Columbia, en una caravana escoltada por esbirros de la policía motorizada al mando del connotado asesino, Rafael Salas Cañizares.
Las consecuencias tuvieron su mayor repercusión en el plano político porque contribuyeron a crear una situación revolucionaria en toda aquella juventud que despuntaba con profundos intereses patrios.
El nuevo Gobierno, fue fiel representante de los intereses norteamericanos en Cuba, y Batista, para conservar el poder, no dudó en sacrificar a más de 20 mil cubanos, en su inmensa mayoría jóvenes, instaurando uno de los regímenes dictatoriales más sangrientos de América Latina.
En su orgía de sangre y horror a lo largo de casi siete años, estuvo rodeado y amparado por connotados asesinos como Esteban Ventura Novo, Pilar García, Conrado Carratalá, Rafael Salas Cañizares y muchos otros ejecutores de crímenes y torturas.
A raíz de esto, se llevó a cabo una campaña política que junto con la confabulación militar, creó en la población un clima agitado, el cual estaba destinado a demostrar la incapacidad del gobierno para mantener el orden, la paz pública, y los derechos de propiedad y libre empresa.
El momento exige la movilización urgente del pueblo.
Fidel Castro, joven revolucionario con una vasta preparación política puso al desnudo las verdaderas intenciones de la asonada, denunció sin rodeos a su cabecilla y encontró el camino justo para combatir con éxito a la tiranía: desencadenar la insurrección armada popular.
“Su golpe es (…) injustificable, no se basa en ninguna razón moral sería ni en doctrina social o política de ninguna clase. (…) Su mayoría está en el Ejército, jamás en el pueblo. Sus votos son los fusiles, jamás las voluntades; con ellos puede ganar un cuartelazo, nunca unas elecciones limpias…”, expresó Fidel públicamente en un manifiesto escrito pocas horas después del cuartelazo.
A 72 años de aquellos hechos no debemos olvidarlos, cuando hoy muchos quieren que así suceda y que Cuba vuelve a ser presa de las garras estadounidense.